Desde la psicopedagogía, fortalecer las funciones ejecutivas es clave para potenciar un aprendizaje autónomo y significativo. El enfoque no solo debe centrarse en los contenidos curriculares, sino también en desarrollar habilidades de autorregulación, planificación y flexibilidad cognitiva que permitan a los estudiantes gestionar su propio proceso de aprendizaje.
Algunas estrategias efectivas son:
• Juegos de control inhibitorio que trabajen la impulsividad y la concentración de manera lúdica.
• Técnicas de regulación emocional, como la respiración consciente o mindfulness, para enfrentar la frustración académica.
• Atención: dar instrucciones breves, usar apoyos visuales y fragmentar tareas.
• Memoria de trabajo: reforzar instrucciones con esquemas, mapas y repeticiones.
• Planificación: enseñar el uso de agendas y checklists, anticipar pasos de la tarea.
• Control inhibitorio: aplicar juegos de autocontrol (semáforo de conducta, espera antes de responder).
• Flexibilidad cognitiva: proponer actividades con diferentes soluciones y cambios de rol.
• Autorregulación emocional: incorporar pausas activas, respiración y refuerzos positivos.
La intervención psicopedagógica debe partir de una evaluación integral que identifique las áreas de fortaleza y dificultad de cada estudiante, diseñando planes de apoyo personalizados que potencien no solo el rendimiento académico, sino también la autoestima, la autonomía y la motivación.
El desafío es acompañar a los estudiantes a “aprender a aprender”, dotándolos de las herramientas cognitivas y emocionales necesarias para enfrentar los desafíos del aprendizaje y la vida.

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