Hoy, conversando con una persona muy joven pero muy sabia, llegué nuevamente a la pregunta que encabeza este artículo. Esta pregunta me la he hecho en varias ocasiones, pero creo que en estos tiempos donde el sistema educativo está en tela de juicio y la calidad de la educación en peligro de extinción, está más vigente que nunca: ¿Nosotros los profesores somos facilitadores del aprendizaje o proveedores de conocimiento?
Está claro que todos los profesores medianamente capaces debemos dominar el contenido que impartimos, pues si esto no ocurre, el proceso se ve entorpecido y los estudiantes se resienten ante una prédica inconsistente. Pero creo que el conocimiento es algo que sobra en el gremio. Somos, sin duda, poseedores de mucha información, de la cual podríamos hasta prescindir si fuese necesario. ¿Por qué digo esto? Porque el conocimiento ya no es el tesoro que solía ser en décadas anteriores donde el acceso a éste era menos fluido y más engorroso. En esos tiempos el cerebro virtual de la internet es el dueño de un conocimiento ilimitado. Y contra eso no se puede competir.
Aún así, existen personas que siguen pensando que es el conocimiento lo que nos convoca en este proceso tan frágil. En esos casos, el profesor o profesora decide ser el proveedor: el que tiene el pseudo poder de la sabiduría y vuelca todas sus energías en “embutir” ese conocimiento de manera tradicional y con el tiempo en contra en las cabezas de nuestros alumnos.
Por otra parte, hay quienes deciden tomar el camino menos transitado: el de ser facilitadores, es decir, que la función de quien elige esta opción cambia de ser un simple transmisor de información a ser un estratega. (No confundamos facilitar con “hacerles la pega”.) El facilitador de aprendizaje utilizará todo a su alcance para lograr que el estudiante haga propio el proceso de enseñanza. En este caso, el profesor debe poseer muchas habilidades adicionales que permitan transformar la clase en un desafío realizable: Tan desafiante como para despertar la curiosidad, motivación o voluntad del niño y tan realizable que éste pueda sentir alguna sensación de logro, satisfacción o bienestar. Suena complejo, pero no es algo tan loco.
El facilitador debe ser observador, para lograr captar la forma más fácil o atractiva de aprender de los niños; debe ser flexible, para adaptar las situaciones de aprendizaje según las necesidades e intereses de los estudiantes y las exigencias del establecimiento; debe ser el puente entre el contenido, la habilidad y el estilo de aprendizaje. Por lo tanto, debe centrar el proceso en el alumno y no en él. Y si en algún momento el estudiante prescinde del profesor, es porque se está cumpliendo bien con el rol de facilitador, pues quiere decir que el alumno ha adquirido todas las herramientas necesarias para hacer algo con el contenido disponible, afianzando alguna habilidad y aplicando alguna estrategia, sin la depender del profesor.
Este tema da para mucho más, pero como no quiero aburrirlos, haré una pausa con una invitación. Y aquí va: probemos este rol de facilitador con mayor frecuencia y observemos lo que pasa con los estudiantes. Será el primer paso para lograr la anhelada calidad educativa.

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